Tribulaciones de un psicólogo escolar
DOI:
https://doi.org/10.55414/0shxps83Keywords:
.Abstract
Para nosotros los psicólogos escolares que trabajamos -los que trabajamos- a salto de mata en un colegio de monjas, una guardería y un colegio público de polígono -póngase por caso- el apellido de (psicólogo) educativo nos viene grande. También le viene grande a los que, a golpe de camino, configuran el equipo municipal com- partido de tres o cuatro pueblos distantes entre sí cuarenta o cincuenta kilómetros. Y es que pertenecemos a otra clase de psicólogos, tal vez la clase B, los vulgares, los poco importantes, por eso, lo de educativo queda para los doctores que son los que hacen algo llamado psicología de la educación y que, generalmente, poco tiene que ver con la profesión de psicólogo escolar.
Nuestra historia como la de casi todos los colegas es dura. Salimos de la Universidad hace dos, tres, tal vez cuatro años y nunca más volvimos a interesarnos por ella ni siquiera por su salud, por lo que, a la fecha, es posible que haya muerto de muerte natural y ni siquiera nos hayamos enterado. No manejamos el Psychological Abstract ni nos vamos a doctorar nunca: Eso sí, cuando cae en nuestras manos alguna revistilla española sobre el tema la exprimimos ávidamente, deseosos de conocer cómo hacen otros compañeros su trabajo diario y cómo son sus experiencias.
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